Entre las muchas expresiones que tenemos en México, ésta del “ahí se va”, refleja perfectamente la idiosincrasia de millones de personas, de todos tipos, niveles sociales o educación.
Hacer las cosas mal, a medias o con pobre desempeño parece que ha sido el deporte nacional y que afecta no solo nuestra economía sino define nuestra forma de vida.
¿Cuántas veces nos quejamos de los “mal hechotes” aquellos que se contentan con dar el mínimo de su desempeño en cualquier cosa que hacen? Trátese de profesionistas, artesanos, empleados de mostrador, funcionarios públicos o empresarios.
Esta actitud, que es un tributo a la mediocridad, parece que ha sido la regla y no la excepción en nuestro país. Lo muy bueno en todo esto, es que tal forma de pensar está en vías de extinción.
Hasta antes de la entrada del Tratado de Libre Comercio, TLCAN, por allá de 1994, nuestra economía era un mercado cerrado, existían muy pocos productos de importación y eran carísimos. Esta condición propició que muchos fabricantes nacionales ofrecieran mercancías caras, de mala calidad, sin servicio de mantenimiento o garantía de devolución, Y no nos quedaba más remedio a los consumidores que comprar lo que había. La falta de competencia limitaba la oferta de mercancías y servicios.
Actualmente en una economía globalizada las mercancías viajan de un continente a otro y solo los productores mas fuertes y eficientes logran sobrevivir al proceso natural de selección que es un mercado despiadado de consumidores que pueden elegir entre productos hechos en China, Estados Unidos, Europa, o de fabricantes nacionales. Calidad y precio se imponen sobre criterios nacionalistas.Casi nadie decide comprar algo en nuestro país solo por ser “Hecho en México”.
Desafortunadamente en décadas pasadas sin competencia internacional, muchas veces lo hecho en México estaba mal hecho.
Estamos en un mundo que cambia día con día. La modernización de todas las ramas de la industria, el campo y los servicios tenderá a establecer estándares cada vez mas altos y sistematizados. Ya no quedará espacio para que alguien decida como hacer las cosas según su criterio o voluntad.
O algo se hace bien o no se hace y punto. Vean ustedes cómo hasta para ingresar una contraseña de cualquier aplicación, el sistema no nos permite cambiar un solo signo o número.
Esto lo viven día a día quienes son exportadores de mercancías. Tamaño, forma, peso, color, cantidad, etc son estándares internacionales rigurosos que, de no cumplirse, el producto es rechazado. Nada de que ahí se va.
Lo mismo está ocurriendo con los servicios turísticos, quien no se esmere en ofrecer calidad, rapidez, confianza, buenos precios, trato amable y eficiente perderá la preferencia de sus clientes. Hoy hay cientos de opciones para que un turista pueda decidir libremente a donde ir a vacacionar, prácticamente en todo el mundo. Y la competencia entre destinos turísticos es feroz.
No se puede dejar al criterio de la camarista cómo limpia la habitación o al mesero decidir la forma de atender a los comensales. Todo debe estar estandarizado.
Igual pasa con todas las demás áreas de la economía. Las computadoras comienzan a regir nuestro modo de vida y estas son inflexibles. No toleran errores
Así, podría yo esmerarme un poco más poniendo múltiples ejemplos en este escrito, pero ni al caso. Total, que ahí se va.