La nueva normalidad es igual a la de antes, pero con miedo, pero con un tapabocas en la bolsa del pantalón; nada ha pasado en realidad, nada ha cambiado ni cambiará. Es mentira que nos asuste el virus, es mentira que nos asuste morir, solo somos parte de un trending topic, de una histeria colectiva que nos hermana. Somos temerosos de una pandemia mediática que percibimos con horror detrás del ordenador.
No voy a entrar al debate de las minucias y frivolidades del número de muertos, de las medidas de prevención, si llevan a cabo o no, porque la verdad resulta frívolo ya, es mentira que nos importen los muertos, nos importamos nosotros, que no sean nuestros muertos o nosotros mismos.
Realmente nadie creemos en la pandemia y sus consecuencias, realmente, en el fondo, nadie está preocupado o asustado. Nos asusta la muerte hasta cierto punto, porque la naturaleza de todo ser vivo es tender a la preservación, un animal, una planta, el mismo virus buscará de manera innata sobrevivir. Para eso nacimos, para vivir. Pero tratándose del ser humano, existe una condición volitiva, una dignidad en ser y existir que debiera ir más allá del simple hecho de respirar. No nos asusta la muerte porque en realidad hemos perdido el sentido de la vida. Nos asusta morir físicamente, dejar de disfrutar. Si de verdad temiéramos morir, en el sentido amplio, social, espiritual, sentimentalmente, familiarmente nuestra actitud sería otra.
En esta circunstancia, donde existe en el aire un virus que podría causarte la muerte, o no, pero podría pasar, un virus que no ves ni sabes cuándo o dónde podría atacarte y podrías morir. ¿De verdad te da miedo morir? ¿De verdad estás pensando realmente en esa posibilidad? De hoy en dos semanas podríamos saber que tenemos el virus y podríamos morir. Que en realidad pudiera ser mañana y morir en tres días, pero pongamos ese tiempo de gracia. Qué vamos a hacer, qué hemos hecho para enfrentar esa posibilidad. ¿Hicimos ese testamento que desde hace mucho tenemos pendiente para no dejarle problemas a nuestros hijos, han hablado con ellos para decirle lo mucho que los aman, a los padres, a los amigos?
Ante la probabilidad de morir, ¿hemos pedido perdón? ¿hemos dejado de engañar a nuestra pareja? ¿le hemos hablado a la ex pareja para decirle que lo sentimos, para decirle lo mucho que se le amó aunque las cosas hayan salido mal? O en el peor de los casos para decirle que no se le dejó de amar jamás. Es más, ante el temor de la muerte, ¿le hemos dicho a esa mujer que duerme a nuestro lado desde hace tantos años que la queremos, que le estamos agradecidos por todo lo compartido?
¿De verdad creemos que nos vamos a morir? ¿de verdad nos da miedo? Tener miedo a morir de verdad es, no sé, hincarse en la soledad de nuestro cuarto, ante los pies de esa cama que hemos habitado en los últimos años y que puede ser también el lugar de nuestro último aliento y rezar, y agradecer y pedir perdón a dios, hacer un pacto con él, con uno mismo, un compromiso de verdad si es que tenemos otra oportunidad. Usamos nuestros últimos días para comprar cerveza, para ir a la playa, no está mal, si tomar el último trago helado de cerveza nos permite irnos en paz, que así sea, si la última estrofa de nuestra biografía es esa, si nuestra adaptación de Nervo reza: tomé mi último trago de cerveza/ vida, nada me debes/ vida, estamos en paz.
La muerte se ha vuelto frívola porque la vida se ha vuelto frívola, decimos que nos da miedo morir pero seguimos manteniendo nuestro egoísmo, nuestra soberbia, seguimos viendo el teléfono sin atrevernos a marcar, nos da más miedo pedir perdón que morir de verdad, los diputados prefieren contagiarse y morir que perder el poder; yo creo que en el fondo casi nadie está pensando en morirse de verdad, si pensáramos realmente en morir y esta es nuestra actitud ante lo que se supone nos resta de vida, pues la verdad es que somos una especie muy miserable, si estamos creyendo que nos vamos a morir y no somos capaces de perdonar, de no arreglar esas diferencias con la gente que queremos, no nos da tanto miedo morirnos en realidad, nos da más miedo hacer una llamada, mandar un mensaje y preguntar ¿alguna vez me quisiste de verdad? Qué más da morirse entonces si estando vivos estamos tan lejos de las cosas que nos hacen ser seres extraordinarios, la compasión, el albedrío para poder reinventarnos, de construir sueños, de amar.
Nos importa que no podemos ir a sacar la visa, que ya son vacaciones y no podemos viajar, divertirnos, a nadie le importa morirse, a nadie le importa lo que va a dejar, me da miedo morirme pero estando vivo no pienso en hacer nada importante, resolver cosas para irme en paz; mucho se equivocaron los que pensaron que esta pandemia iba a cambiar nuestra forma de ser y de actuar, nadie se toma en serio de verdad eso de que te puedes morir, si de verdad nos preocupara, cada día lo veríamos como una segunda oportunidad, nuestra reflexión no estaría en las cifras de contagiados y muertos, estaría en lo que hemos hecho con nuestra vida, en como la viviríamos si es que no morimos, pero no, nada nos asusta ni nos conmueve ya de verdad.
Salmo Responsorial: ¡ya vi la última temporada de Dark!, ¡vida, nada te debo, vida, estamos en paz!