Comenzaré mi diatriba en esta ocasión, con un chiste muy viejo, tanto que de seguro muchos ya lo olvidaron – Con los chistes, ocurre lo mismo que con la historia, después de un tiempo ya nadie se acuerda de ellos.-.
Se dice que cierta vez, acudió un beduino al mercado de camellos usados de Birqash, en Egipto, en busca de uno de estos serviciales animales. Al llegar con el principal comerciante de camellos le pidió un ejemplar que fuera; muy resistente a las largas travesías por las candentes arenas del desierto, que tomara poca agua, que no comiera mucho y sobre todo que no peleara con los otros camellos por las hembras de la caravana. Después de interminables horas de regateo, donde abundaron los insultos recíprocos y las acusaciones mutuas de pretender estafar a la contra parte, y hacer referencias obligadas a la deshonestidad de sus antepasados, el nómada aceptó pagar al comerciante la cantidad de 25 mil libras egipcias, lo que resultaba una exageración, tomando en cuenta que por un animal similar hubiese pagado 15 mil. Pero este era un espécimen excepcional. Según el “honrado” mercader
El alegre viajero del desierto se fue muy satisfecho con su nueva adquisición, pero no habían pasado ni tres días cuando ya estaba de regreso con la bestia de carga, furioso con aquel que se lo vendió, reclamándole que lo había engañado con el garañón que resultó ser el más flojo y rebelde que había conocido. Bebía agua todo el día, se comía la pastura de los demás animales y era una pelea continua con los otros machos por el dominio de las hembras. Sin inmutarse el otro, lo escuchaba pacientemente mirándose las uñas y cuando el ofendido comprador hubo terminado su larga letanía de reclamos, le dijo.
– Arbano, no hables mal del camello, porque no lo podrás vender-
Esto que parece un chiste, es una verdad universal, más vigente que nunca en nuestros días que las quesadillas de chicharrón prensado.
Ante las amenazas de una recesión mundial generadas en parte por la alocada cruzada arancelaria emprendida por el imprevisible Trump, contra China y otros países incluido el nuestro, los mercados han comenzado a contraerse, los indicadores cada día acumulan señales que apuntan a que podamos enfrentar una severa turbulencia financiera. Y el nerviosismo comienza a permear en las economías emergentes. No obstante, a pesar de los negros nubarrones que presagian la tormenta, al parecer no estamos todavía en ella, e incluso puede ser que, aunque a un paso más lento las diferentes economías mundiales se sigan moviendo y no caigamos en una situación como la que vivimos con la crisis inmobiliaria del 2008 al 2015, con las hipotecas subprime.
Un factor importante tiene que ver con la actitud que tomamos todos los que estamos involucrados de una u otra forma en los diferentes sectores económicos de la localidad y que tratamos con turistas o inversionistas. Estos, son seres humanos que reaccionan de la misma forma en que lo hacemos todos. Sienten curiosidad, temor, celos, envidia, etc. Todas esas emociones que son un lugar de encuentro común sin importar del país que se proceda o la raza que nos distinga.
Así por ejemplo, un taxista que transporta a un turista, que es un alto ejecutivo de la bolsa de valores de New York, y que durante el trayecto le cuenta a su pasajero que la situación económica aquí esta complicada, que no está llegando ya el turismo por la inseguridad, el clima, los mosquitos, los UBER, o el motivo que se le ocurra, y el mismo discurso lo escucha del mesero en el restaurant del hotel, o del capitán del yate que lo lleva a pescar, seguramente, ese turista, se hará una idea, cierta o falsa de la economía de Los Cabos, y tal vez compartirá sus impresiones de viaje con sus colegas o familiares, quienes a su vez, pueden correr la voz de este rumor. Y así, de boca en boca se comienza a generar una crisis de confianza.
Por ello es muy importante que mantengamos la buena reputación de nuestro destino y el mensaje que trasmitamos a quienes nos visitan, sea optimista y esperanzador.
Y no hablar mal del camello, si lo queremos seguir vendiendo.