Comentarios de todo tipo se han desatado en torno a la marcha convocada por organizaciones feministas, en la CDMX, el pasado viernes 16 de agosto, en protesta por la violencia que se ha ejercido contra las mujeres en este país. Violencia que se ha traducido en más de 50 000 feminicidios en los últimos 20 años.
La mayoría de los comentarios giran en torno a los destrozos provocados por algunas manifestantes y que afectaron incluso al monumento del Ángel de la Independencia, así como instalaciones del Metrobús, oficinas gubernamentales, locales comerciales, vehículos y agresiones físicas a transeúntes y medios de comunicación.
Algunas voces se alzan horrorizadas al ver la virulencia de la protesta. La furia feminista desatada y presente en toda su expresión.
Sería muy sano para este país, que todas aquellas buenas conciencias, que hoy se escandalizan por los grafitis hechos al “Ángel” tuvieran la misma reacción ante la brutalidad, el sadismo y la crueldad con que se asesina diariamente a tres mujeres en el país, y de acuerdo con denuncias hechas, se viola a otras 50 cada día.
“Solamente en junio de este año, fueron asesinadas 79 mujeres, según el reporte del Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP)”
“Durante los primeros seis meses de este año, el total de muertes alcanzó el registro de 470 mujeres (10 por día), de las cuales 111 fueron asesinadas con arma de fuego, 99 con arma blanca, es decir objetos punzo cortantes, 239 con otro tipo de artefacto y de 22 se desconoce el objeto utilizado.”
La peor parte de este drama sin fin, además de la impunidad con la que se cometen estos delitos, es la indiferencia de la sociedad y aunada a ella la falta de sensibilidad de las autoridades en todos los niveles, para investigar y castigar a los culpables de estos crímenes.
Las primeras expresiones masivas de esta “cacería” de mujeres las encontramos en Ciudad Juárez, en 1993. Allá encontraremos los primeros casos documentados de un patrón de violencia que contiene diferentes elementos, pero uno de ellos tiene que ver con la presencia del crimen organizado y la descomposición social que genera en las comunidades donde se asienta.
Invariablemente donde hay presencia de grupos criminales operando, las tasas de violencia contra las mujeres se disparan, llámense feminicidios, violaciones, desaparición forzada, para efectos de explotación sexual o laboral. La parte más grotesca del caso es que una importante cantidad de víctimas son menores de edad.
Las mujeres están furiosas. Les sobra razón.
Apenas actuando de la forma tan radical como lo han hecho, logran captar la atención de una parte de los medios de comunicación y de la opinión pública.
Bien por ellas. Lejos de sumarse a la condena unánime de sus acciones, calificadas de vandálicas -yo les llamaría desesperadas-, y acusarlas de ser de feminazis, o locas, deberíamos todos, exigir a la autoridad, acciones drásticas de castigo ejemplar contra los perpetradores de estos infames crímenes. Y generar en nuestras propias comunidades un amplio cerco de protección hacia ellas, que consista en repudiar públicamente a todo acosador, golpeador y agresor sexual que cometa alguno de estos delitos.
El mensaje debe ser claro e inequívoco.
Aquí, en nuestro estado peninsular, cualquier golpeador o abusador de mujeres debe ser exhibido y denunciado públicamente a través de medios de comunicación y redes sociales. Así mismo se debe exigir la instalación de ministerios públicos, especializados, competentes y honestos que den respuesta inmediata a toda denuncia presentada por causa de feminicidio o delito sexual para que se haga justicia. Amén de reformar el código penal estatal y aumentar las penas para los agresores sexuales que atenten contra cualquier mujer, pero especialmente cuando se trate de menores de edad o personas con discapacidad.
Si queremos frenar esta barbarie, debemos comenzar por casa, generar una contra cultura que termine con la idea de que nuestras mujeres pueden ser violentadas sin que haya consecuencias. No es solo un asunto de la autoridad, es principalmente un tema que nos concierne a todos.
Y tampoco es solo un tema de aplicación de la justicia penal, también lo es de educación, y reeducación. Debemos evitar desde la niñez, el fomento y la tolerancia de estas despreciables prácticas que lesionan a las mujeres y niñas de este país.
Es tiempo de que el nivel de protesta y de exigencia suba de tono en contra de esta deplorable situación a la que hemos llegado. La agresión contra las mujeres se ha tolerado, por la mayoría de los gobiernos, sin importar el color del partido. Los involucra a todos, sin excepción. Ninguno se salva del juicio popular.
La Cuarta Transformación debe encabezar la gran cruzada nacional, para mantener a salvo a nuestras niñas y mujeres.