Por fin, Armida Castro Guzmán, su cabildo y su gabinete de gobierno, se han instalado para llevar las riendas de esta caótica ciudad. El adjetivo de caótico no es metafórico, ni exagerado. Lo que nos está pasando como urbe alcanza para eso y mucho más. Nuestros males sociales, se ven exacerbados en la temporada de huracanes. Léase, invasiones en áreas de alto riesgo, construcciones afectadas por la falta de definición de las zonas de inundación, toneladas de basura arrojadas a la vía pública, arroyos y lotes baldíos, por ciudadanos inconscientes y la falta de un servicio adecuado de recolección y que terminan en el mar después de cada lluvia, junto con miles de metros cúbicos de aguas negras. A esto habría que sumarle, la interrupción del suministro de agua potable por daños al acueducto, ocasionado por las lluvias torrenciales, desorden vial, y una larga lista de infortunios que, hasta hoy, ninguna de las administraciones municipales que hemos tenido, pudieron resolver. Narciso Agúndez, Ulises Omar Ceseña, Luis Armando Diaz, René Núñez, Antonio Agúndez y Arturo de la Rosa, tuvieron oportunidad, sucesivamente, de atender y remediar esta problemática. Al término de sus mandatos los resultados fueron tan escasos que no marcaron ninguna diferencia. Estos problemas no solo no han disminuido con el paso de los años, sino que se incrementaron. Ahora, los está recibiendo Armida Castro y su equipo, como una herencia maldita. Y no la tienen fácil.
Al evaluar a nuestra ciudad, bajo los criterios del Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) que califica entre otros aspectos, orden, limpieza, seguridad, transparencia en la gestión pública, educación, servicios públicos y calidad de vida, de las ciudades mexicanas, nos ubicamos en muy mala posición a nivel nacional, y donde la ciudad de Mérida, Yucatán, ocupa el primer lugar, entre las mejores para vivir. En Los Cabos, el contraste entre la opulencia del crecimiento turístico y el atraso en bienestar social es insultante.
El pésimo manejo de los problemas urbanos, realizado por autoridades de los tres niveles de gobierno, bajo la mirada indiferente de los empresarios hoteleros, desarrolladores turísticos y la apática ciudadanía, ha convertido a esta ciudad en lo que es hoy.
¿Cuánto dinero ha sido despilfarrado por quienes mal gobernaron Los Cabos, en fiestas pomposas, sueldos de funcionarios inútiles, obras simuladas o infladas, contratos amañados, otorgados a parientes, compadres y prestanombres o simplemente, desparecido de las arcas gubernamentales sin mayor explicación?
Millones de pesos que se esfumaron y que, de haberse invertido en la red de drenaje, el agua potable o la compra de tierra para que la ciudad tuviera hacia donde crecer de forma ordenada y planificada, hoy estaríamos mucho mejor.
Esta comunidad necesita como nunca, de funcionarios públicos, no solamente honestos, sino también inteligentes, con suficientes conocimientos profesionales y experiencia para desempeñar con éxito sus funciones.
El reto para la nueva administración es de tal magnitud que es imposible que se pueda enfrentar sin la participación de los ciudadanos.
Para que salgamos airosos de este desafío, se deben de aplicar principios básicos, como son:
Transparencia absoluta en todos los manejos públicos.
Inclusión de los sectores sociales y productivos en los asuntos que atañen a la comunidad. Generar amplias consultas ciudadanas sobre diversas problemáticas.
Rendición puntual de cuentas
Diseño de estrategias a largo plazo y programas progresivos en materia de planeación urbana, agua y drenaje, educación, salud, asentamientos urbanos y vivienda social.
Pero, sobre todo, la autoridad debe tener una actitud abierta y dispuesta a escuchar a los ciudadanos, aceptar la critica constructiva y practicar la autocrítica reivindicadora. Lo peor que le puede pasar a quienes nos gobiernan ahora, es rodearse de un sequito de aduladores de oficio y oportunistas sin recato que están muy atentos a sacar provecho del nuevo gobierno y a impedir la verdadera transformación del país y nuestro municipio.
Armida Castro y sus funcionarios, deberán elegir entre escuchar las dulces y empalagosas palabras de los lambiscones o las duras y secas voces de la verdad. Los que se quedan atrapados en la miel de los lisonjeros, con frecuencia resultan perdedores en los procesos electorales. Ciegos y sordos a la critica no ven que caminan directo al precipicio. Y ahí están los resultados; les pasó a los “amarillos” y ahora a los “azules”. Mismo camino, idénticos resultados.
Solo habrá un cambio verdadero si la sociedad participa en la reconstrucción de la ciudad, de lo contrario, las promesas de campaña se quedarán simplemente en eso.