Bobby García
Santa Rosalía y su tiempo (II)
El viernes concluí hasta el incendio del mercado. Al final señalo que un operario de la empresa con un trascabo derribó la farmacia (antes se llamaban boticas) en donde hoy se levanta el edificio de Banamex. El compañero Genovevo Cota me dice en un correo que fue el ingeniero Rafael Castro Vázquez el que accionó la máquina y la derribó. Cuando leí el correo de Genovevo, por esa magia de la mente, miré al ingeniero cuando se subió, levantó la pala y la fue tumbando. El ingeniero Castro Vázquez fue autoridad de lo que se llamó Junta de Mejoras Materiales. Ese día estaba en cachanía. Como a los dos años del incendio del mercado ocurrió el de Calle Once, banquetas altas; se quemó todo el lote. Por esos años también ocurrió uno en Mesa México que consumió varias casas entre ellas la de la familia Gorosave. En esa colonia no hay lotes. También se quemó la casa del profesor Jacobo Beltrán, en la falda del cerro Desde los ochenta la población no había sufrido ningún incendio más, pero… desde 2002 hasta el ocurrido el domingo 2 de septiembre en el edificio histórico de la Sección Minera 118 (antes 117) han ocurrido cuatro, pero más devastadores que los anteriores: el de calle cuatro (2002) terminó con los dos lotes y la mitad del de calle cinco, limitados por las calles Emilio Carranza y Sarabia. Me encontraba de visita en mi pueblo ¡apenas a un lote de los que se estaban quemando! Cuando me levanté escuché, una vez más, el bramido sordo del fuego y el dolor lacerante de las maderas que se quiebran al impulso del fuego. Me tocó ver cuando una lengua de lumbre brinco del lote de la derecha al poste de luz de la banqueta de la izquierda, frente la casa de la familia Meza Cota. Fue impresionante observar cómo en un instante la lumbre del poste brincó al techo de la casa como si tuviera vida y en juego macabro brincara de una banqueta a otra. En ese incendio sucumbieron más de 22 casas y muchos vecinos de la Constitución y la Obregón abandonaron las suyas y buscaron resguardo con vecinos y familiares que viven lejos de los lotes que se estaban quemando. Regresé por la tarde y el espectáculo era macabro: láminas retorcidas como si fueran de cartón, montones enormes de escombros, tambos y baldes tirados en las calles mojadas, rejas de ventanas, lavadoras y refrigeradores casi calcinados. De trecho en trecho se miraban pequeñas columnas de humo como si Vulcano nos dijera “me voy pero regresaré”. ¡Y ha regresado y ha bostezado en los lotes de calle ocho, en calle diez banquetas altas, y el reciente del edificio de la Sección 118! Me tocó ver las ruinas de los lotes de calle ocho y se desenredó en mi mente el escenario dantesco de calle cuatro.
El lunes 3 recibí un correo del compañero Nacho Arce y me informa del incendio de la sección 118. Al observar la foto uno no se puede acostumbrar a ver esa trágica danza de la lumbre; ese color naranja, entre rojo y negro del cuerpo enigmático de Vulcano. Y regresé en el tiempo histórico y el real, el que viví. Pero antes que nada vale la siguiente reflexión: en mi pueblo cuando los incendios devoran lotes y casas, no se queman físicamente nada más las casas; se queman los recuerdos, se quema la piel que cubrió los primeros porrazos de los hijos; se queman los momentos de alegría y tristeza por los éxitos o pequeños descalabros de los hijos… y se queman también las huellas y los pasos de los nietos; se queman las jaulas de los pájaros y las fotos en cuadros que encierran la memoria de abuelos, padres e hijos. . En la nueva casa, en la de material ya nada volverá a ser igual; ya la piel del recuerdo se fue en el incendio de la casa original. La nueva casa no huele a saudades y memorias, huele a cemento sin amor y corazones azules. En la memoria del edificio de la antigua sección 117, no hay huellas de niños, ni cuadros de padres y abuelos y mucho menos las jaulas de los pájaros… allí habitaron ¡otros pájaros! A principios del siglo pasado la vida sindical abarcaba los grupos mineros de toda la comarca pero es hasta 1923 cuando se organizan en el gran sindicato obrero y sesionan en una casa de calle seis habilitada como oficina. En 1945 la empresa y el gobierno lo desaparecen; se orquesta la burda maniobra para desconocer a los mineros como miembros del sindicato, aparecen los poquiteros, surge la sección 117 y se asienta en el edificio que el día dos se quemó y que fue asiento de la sociedad mutualista José María Morelos y Pavón. Por eso en los bailes de la década del sesenta los jóvenes decían: “vamos al baile de la Morelos”. Y el día dos el Dios Vulcano bostezó sobre el edificio que conservaba parte de la historia que narré, pero además, la historia de esa energía sindical y social que escribió su propia historia hasta 1985 en que se clausura la minería y la 117 da paso a la sección 118 de Caopas. Mi correo: raudel_tartaro@hotmail.com 12-09-12… concluiré el viernes 14. Alea Jacta Est.
Nuestros lectores opinan: