Diario de Viaje (II) Palomilla en Japón, por una pesca responsable

Introducción: El Grupo Tortuguero de las Californias A.C. (GTC) ha mandado una comitiva, compuesta por pioneros de la pesca responsable en Baja California Sur, Bilde Guadalupe Acosta González,  Sergio García Tapia, presidente y tesorero respectivamente de la Cooperativa Bocana de la Soledad, acompañados por su servidor, Antonio Diego Fernández Rozada, coordinador de Educación Ambiental y Comunicación del GTC al país del sol naciente, Japón. Nuestra expedición representa el quinto intercambio internacional de pescadores organizado por el Dr. Hoyt Peckham, director de Asuntos Internacionales del GTC, esta vez en colaboración con el Dr. Yoshimasa Matsuzawa de la Asociación de Tortugas Marinas de Japón con el fin de mitigar la captura incidental de la tortuga amarilla en almadrabas (un tipo de red fija, usado en Japón)…

 Entrada 2: De Viaje
18 horas de viaje más tarde, por fin estamos aquí. Kobe, Japón

No sé ni qué horas son ahorita, bueno es mentira si lo sé. Son las 3 de la tarde del miércoles. Eso es allá en Baja California Sur, pero aquí realmente son las 6 de la mañana del jueves. A eso se le llama jetlag. Abrí el ojo en mi habitación listo para continuar con esta historia, traigo puesto mi kimono (bata tradicional que me regalaron en el hotel) ahorita antes del desayuno, antes de nuestro primer día de trabajo en el acuario de la ciudad buscando soluciones para una red de pesca que deje escapar a las tortugas, para que no se ahoguen.

Qué viaje nos aventamos mis compas Lopeños y yo. Aquí están algunas notas que escribí durante el trayecto:

Tras como 9 horas de viaje, con una velocidad crucero de 920 km/h, volando a una altitud de 36,000 pies, ya no siento las piernas y mi trasero parece haber desaparecido por completo. Puedo decir que ya he visto 2 capítulos de los Simpsons, y otras series que no conozco (incluso intenté ver una en japonés), varias películas y parte de un documental sobre música medieval. Ya estoy aburrido, y tengo ganas de pararme al baño pero estoy atrapado en una fila donde todo mundo viene dormido. El compañero japonés a mi lado no ha abierto los ojos en todo el viaje, de vez en cuando le pego un ligero codazo para que me deje ir al baño y a realizar estiramientos en el pasillo. En el viaje te da hambre pero la comida del avión no es buena, te duelen las piernas pero no puedes caminar, estás aburrido pero no tienes ganas de hacer nada para entretenerte. Pero si comparamos esta forma de cruzar con el viaje que la Tortuga Amarilla tiene que realizar  para cruzar el Océano Pacífico, entre Japón y México después de nacer, para tres décadas después regresar de México a Japón a las costas que le vieron nacer,  cruzando los mares infestados de tiburones, redes y cientos de otras amenazas no tiene nada que ver con nuestro recorrido de unas cuantas horas.

Por fin en el aeropuerto de Narita, el verdadero viaje comienza, desde tener que lidiar con baños confusos, uno para mujeres y uno para ambos sexos. De cambiar dólares a yenes sin tener la menor idea a cuanto está el tipo de cambio o si un Yen es mucho o poco dinero (aún no lo sé con certeza).  Es verdad lo que dicen de los japoneses, que personas tan amables, todos flacos, todos trabajando, todos en movimiento pero si necesitas algo se detienen y te ayudan. Como cuando intenté comprar unos boletos para el tren bala “shinkansen” a Kobe, y me topé con una maquinita muy amigable con puras teclas con símbolos. En eso noté que el compa “Shinyi”, que venía a lado del “Chekes” todo el vuelo, y que este se empeñó en sacarle plática a cada rato para mostrarle fotos de tortugas y garropas, sin contar las veces que tuvo que levantarse para que el “Bilde” fuera al baño, estaba ahí. Amablemente, entre él y una señorita, nos ayudaron a comprar los boletos, con toda la paciencia del mundo. Entre los dos nos llevaron hasta un teléfono público, teníamos que avisar que habíamos llegado, me pagaron la llamada y me marcaron el número, para después casi de la mano nos dirigieron hasta el tren y nos indicaron donde teníamos que bajar.

Hay tantas cosas que contar, como los refrigerios en el tren bala hechos de queso y calamar, buenísimos, aunque algo apestosos. El paisaje a lo largo de las vías del tren es espectacular. Una jungla compuesta por bosques y bosques incluso entre las casas pareciera que los bambús, cerezos y demás árboles se abalanzan sobre las construcciones y las vías del tren. Los campos de arroz, inundados, entre los edificios que aunque el concreto está por todos lados se mira completamente intimidado por lo impresionante del crecimiento de las plantas en este lugar. 

Continuará… (Si sobrevivimos al tanque con tiburones donde se está probando la red hoy mismo)

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