Perla Taddie García
Cae la noche y el ajetreo del día culmina. Se abre paso la sangre nocturna de la ciudad para vislumbrar el portal a esa realidad que se encuentra pasando el umbral de humo. Hemos llegado a uno de los bares más antiguos de La Paz “La Misión”. Guerrero vencedor de las batallas con el tiempo y las malas rachas. Entramos por el pasillo decorado con un mural que muestra la “vida costeña”. Adentro se percibe la calma de la libertad y el anonimato. Aquí todos los clientes entramos en una especie de sistema comunista; somos iguales ante la barra y la mesa de billar, no importa si eres hijo de tal o trabajas para este otro, aquí somos moldeados a una sola forma que no permite inmiscuirnos o juzgar los asuntos de los otros clientes.
Con casi cuarenta años de existencia (joven a decir verdad) “La Misión” guarda en su haber bailes de marinos y soldados con gamberras que han topado en alguna esquina aledaña o en algún otro bar, conversaciones cansadas de trabajadores del ámbito hotelero, meseros de turno completo de algún restaurante “nice” del centro. Es refugio para aquellos que prefieren darle charcos hondos a la ballena y escupir el glamour acalorado de los antros nuevos donde las muchachas parecen derrumbarse a cada paso con tremendos tacones y los guardias te piden hasta la cartilla para dejarte pasar. ¿Porqué este bar desinteresado en la moda del láser y el Dj ha logrado permanecer durante 40 años? Sencillo -“aquí hay cancha libre para todos” – Es la consigna de don Fernando Jímenez, propietario desde hace siete años.
-“Cada quién sobrevive y se divierte como puede y quiere”- me comenta Irma quién tiene 4 años trabajando como mesera.
“La Misión” casi clandestina abre sus puertas a travestís, prostitutas, obreros, jubilados, universitarios… todos con el disfraz de borrachos y amantes de suelo, de aventureros en las noches de una ciudad que duerme entre los amoríos prohibidos de una noche y tarros de cerveza congelados. La misión de la noche es no salir sobrio de ésta.
