Julieta Goldin

Monna Lisa, también conocida como La Gioconda, fue pintada por Leonardo Da Vinci entre 1503 y 1506 en Italia. Actualmente, integra la colección permanente del Museo del Louvre, en París. Considerada la obra más famosa del arte occidental, encierra varios misterios y enigmas y ha marcado un hito en la historia de la pintura, influenciando a artistas hasta nuestros días.

Nacida de la mano maestra de su autor durante el Renacimiento italiano, fue encomendada por el noble Francesco Bartolomeo del Giocondo, quien respondiendo a la creciente moda entre la burguesía ascendente, ambicionó retratar a su bella esposa. La pintura fue terminada pero nunca entregada a su comprador, quedando en manos del artista hasta su muerte.

El Renacimiento fue el periódo en el que el retrato al َóleo tuvo su mayor desarrollo como género, respondiendo a los cambios que se produjeron en la sociedad y la economía; al despegarse de la tutela religiosa el arte se focalizَ en la naturaleza y el hombre. En este contexto, el retrato fue una de las principales fuentes de ingreso para aquellos pintores que buscaban ganarse la vida con su oficio, y fundamentalmente porque otorgaba status social a quien lo adquiría.

Al intentar comprender dónde radica la popularidad del cuadro, se presentan una conjunción de factores: su innegable belleza, su sorprendente y magistral técnica que distingue como único a Leonardo y los innumerables misterios que la rodean. Las distintas teorías acerca de la identidad de la modelo, su supuesto embarazo, su sonrisa y hasta su relación con el pintor, han sido algunos de los tantos conflictos que han dado letra a investigadores y apasionados.

Hace algunos años tuve el privilegio de visitar el cuadro en su ubicación actual en París. Más allá de que la expectativa de conocerlo personalmente haya creado una imagen gigantesca, el cuadro me sorprendió por su pequeñez, sus dimensiones son de 77 x 53cm, casi tan pequeño como un cuaderno.

Además, el cuadro posee un montaje hermético dentro de una caja de cristal antibalas incrustada en la pared, el cual responde al robo del que fue víctima a principios del siglo XX, desapareciendo del museo por casi tres años. Aparte de su interior iluminado, posee un vallado externo que frena al visitante impidiendo acercarse a más de dos metros de distancia.

En definitiva, ¿qué sentido tiene esperar la larga fila de la entrada, pagar el boleto de admisión y zigzaguear hábilmente entre la gente si al llegar al objetivo, uno no puede ni acercarse a la pieza predilecta? Dadas las condiciones en las que se presenta la obra, ésta inevitablemente se convierte en objeto de peregrinaje y adoración. ¿Son entonces las condiciones actuales las que producen ese halo de misterio alrededor de ella o son los enigmas de sus significados lo que prevalecen?

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